
Ya habrá tiempos de paz,
ya habrá tiempos de vida
cuando pasen los días
aciagos.
Otros serán los días,
otras las glorias
y acaso sean
otras también
las miserias.
Pero un gran pueblo surgirá
de obras rientes y fuertes,
un moreno pueblo por las tierras
que un día amamos
nosotros,
los que nos vamos.
Ricardo Lindo
Ricardo Lindo Fuentes nació en San Salvador, el 5 de febrero de 1947. Fue un escritor y poeta salvadoreño, uno de los más reconocidos de los últimos tiempos en su país. Nacido entre las letras, su padre fue el también muy reconocido escritor Hugo Lindo y su hermano un reconocido historiador en El Salvador, Héctor Lindo Fuentes.
Al ser su padre un diplomático, desde pequeño le tocó ver mundo, primero en Chile donde la familia estuvo seis largos años, y luego en Colombia. La familia regresó a El Salvador, y cuando terminó sus estudios de bachillerato, fue enviado a España a cursar sus estudios superiores, donde estudió Filosofía y Publicidad. Luego fue a París, donde completó sus estudios en la Sorbona, y donde también tuvo la oportunidad de disfrutar de pinacotecas parisinas, así como del ambiente creador del Barrio Latino.
De regreso en El Salvador, siempre estuvo vinculado a la creación artística, y participó muy activamente en las instituciones culturales más relevantes. Sus obras son estudiadas en los colegios salvadoreños. Durante años fue el director de la revista ARS, realizó investigaciones sobre la pintura prehistórica, la música y los cuentos tradicionales, que pasan de generación en generación, para poder conservarlos.
También fue profesor en el CENAR (Centro Nacional de Artes) hasta comienzos del 2010, y desde finales de dicho año, participó en una investigación de arte rupestre en el departamento de Morazán, en su calidad de Investigador Institucional; al mismo tiempo que dirigía la tercera época de la revista ARS.
Al deteriorarse su salud de manera visible, recibe múltiples homenajes en reconocimiento de su labor intelectual, y se le premia el 21 de septiembre de 2016 con el galardón cultural Lic. Antonia Portillo de Galindo. Por otra parte, Secultura le nombró Artista del mes en Julio del mismo año, y se reedita su poemario “Jardines” en conmemoración del 35 aniversario de su primera publicación.
Muere el 23 de octubre de 2016 a los 69 años de edad en el Hospital Médico Quirúrgico de San Salvador. Sus cenizas descansan en el fondo del mar.
El guerrero
Batidores que baten
Niebla y silencio,
Hacedores de lluvia,
Chaques inciertos,
Fabricadores
De otro universo.
Esmeralda de hojas
Por las eras solares,
Otro vivo viviente
Del riente maíz riente,
Harina que da vida
Para dar vida muerte.
XIX
Esta noche
En la noche,
Lo incierto
Del camino abierto, rutas
Hacia horizontes que en otros horizontes se resuelven,
Por montañas,
Por mares,
Pinos,
Bosques de gravedad,
Después pinos ya mástiles,
Bosques de velas en vez de hojas.
¡Zarpad,
zarpad navíos!
Luz de una nueva madrugada,
Ven ya mañana a coronar de olas
La frente en Dios y en la luz del sol quemada
Adviento
El sol inmaterial desnuda por el alma
Su rostro de desnuda oscuridad.
Tan sólo en la quietud tranquila
El pino
Rumor bebe de viento.
Tiempo de Adviento.
Un ángel
Late por los ramajes,
Batiendo leves olas de silencio
Alma adentro.
El estanque y la nube
Si yo fuera hacia Ti
Ya para siempre quieto de mí, Dios mío,
Nube de lluvia y aire entre tus nubes navegantes
En el gran viento gris. Si fuera al aire tuyo,
Hecho de plata delicada y traslúcida,
Muerto de mí, vivo en el aire vivo de tu mirada,
Alzado al fin en tu mirada azul
Derramada en el aire de la tarde,
Despojado del peso de la edad
Y del cuerpo de arcilla que me sirve en la tierra,
Reflejándote a Ti,
Como refleja el estanque quito las nubes,
Y viajero de Ti que va hacia Ti,
Y ha adquirido el don de olvidar…
Luna
Pozo de las estrellas,
Lago quieto que avanza
En la casa del aire
En las manos del agua,
Plato donde la luz está servida,
Suspendida nodriza de los sueños.
Lluvia
I
Está lloviendo en toda la superficie del aire,
Y es como el nacimiento de la muerte,
Que ama envolverse en las olas de la altura.
El lago late bajo el agua del aire,
Porque descienden las nubes con su gran verdad
Para escribir su superficie azul.
Quieto, tomo una taza de café.
Ya estoy tan lejos de mí mismo,
Y me he ido volviendo tan pequeño,
Que espero borrarme pronto de todas las memorias.
II
De la maravillosa altura cae el agua,
Plata gris de lo alto,
Que viene a enriquecer el sueño del volcán dormido
Junto al lago.
Inmóvil y sereno como un patriarca de la Biblia,
El antiguo volcán instala su silenciosa soledad
Y cae el agua.
“La paz es una de las formas del olvido”
piensa, y vuelve a dormirse en la gran lluvia gris,
mientras envuelve su cabeza entre las nubes,
que guardan el oro súbito de un rayo.
El señor de la cada del tiempo
I
Una campana mueve el aire,
Y hay panes, peces, y una copa de vino sobre la mesa.
Alguna vez alguien creyó en un día que nunca acabaría
(y no sabemos si eras tú o era yo)
hecho de juventud, belleza y gracia.
El sol alumbraría para siempre la heredad
Del infinito jardín pequeño.
No sabíamos que estaba por delante
El vino de los días amargos.
Para una mariposa.
Trae un mensaje del jardín que un día creímos visitar.
Mueve Jesús el aire que rodea
La alta campana de bronce,
Y el áspero cordón raspa su mano herida.
Construye otra palabra,
Otra forma de vida,
Mientras baja las gradas de piedra del campanario,
Cubierto de estameña,
Y su humor no es alegre,
Sino silenciosa,
Alta,
Dulce conciencia.
II
Pero cómo habríamos de permanecer aquí,
Junto a lo que es bello,
Los hermosos cuadros del pintor,
La bella copa labrada,
Las flores del jardín.
El viento ha esparcido cenizas en mis cabellos,
Y en la planta que sube oigo la voz
Del viejo amigo muerto.
El día naciente también debe morir.
Tendrá que trabajar como el amigo,
Y dar hojas y frutos y semillas.
Después se refugiará en el crepúsculo,
Como se ha refugiado el amigo
En la honda tierra.
III
Ceniza, lluvia, vino,
Algo latía en los dormitorios de la ausencia.
El rostro de las aguas recogía
Un alto pino ingrávido,
El eco de una nube que pasaba,
Y ese pino del agua y esa nube
Que no consignaría libro alguno,
De sueño estaban hechos.
Ricardo Lindo Fuentes
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